El pasado 6 de diciembre, dentro de las actividades secundarias de la exposición El Mundo de Tim Burton, en el Museo Franz Mayer de la Cd. de México, se realizó la Master Class con el director en el auditorio del Centro Cultural Roberto Cantoral.
El acceso a este evento se restringió al público general, permitiéndo que sólo invitados directos del comité organizador y los participantes de otras actividades de la exposición pudieran entrar. Eso no evito que desde las cuatro de la tarde se viera una enorme fila en la entrada de este recinto, formada principalmente por jóvenes, universitarios y quienes habían participado en una convocatoria lanzada hace un par de meses, donde se les pedía presentar una propuesta artística (las más relevantes se presentarán dentro de la misma exposición).
Al punto de las ocho de la noche Tim Burton se presentó en el auditorio, agradeciendo la presencia del público, su participación y contestando preguntas seleccionadas previamente por los organizadores. Ciertamente el director no respondió nada nuevo o diferente a lo acostumbrado por él en el pasado: sus fuentes de inspiración, la necesidad de entregarse con pasión al oficio de creador, su gusto por algunos elementos de la cultura mexicana -el día de muertos y el cine de luchadores- y su predilección de trabajar con actores y colaboradores de mentalidad cercana a la suya.
Aquí quiero compartir el audio de dicho evento y sólo el audio, dada la negativa de tomar video por parte de los organizadores. Además de que me colocaron en un lugar sumamente incómodo, justo atrás del escenario, imposibilitándome cualquier intento de captura de video. Deberán disculpar la calidad del audio y que dicha plática se realizó esclusivamente en inglés (honestamente no puedo prometer realizar una traducción próximamente). Pueden escuchar el video en YouTube aquí mismo:
Por otra parte, para acceder a este evento tuve que presentar una propuesta artística, en este caso en mi rubro, literatura, en forma de un cuento corto y el cual les reproduzco a continuación, esperando les agrade:
EL GATO
Ángel
Zuare
El
día que todo se movió el mundo cayó sobre Marcos: los libreros con sus revistas
de historietas, sus cuentos de Disney
y sus juguetes; la lámpara del techo y la que descansaba sobre su buró, con una
pantalla de Batman saltando entre edificios;
el closet con toda su ropa, los patines que había dejado de usar desde hace
tiempo y la caja de zapatos donde guardaba las piedras curiosas, las canicas bombochas y las estampitas repetidas de los
álbumes que coleccionaba. Todo se movió, girando y bailando en el aire
alrededor de Marcos, quien apenas llegó a la puerta de su cuarto cuando este se
partió en dos. La grieta se extendió por la pared, trazando zetas y espirales
retorcidas que luego corrieron por el techo y otras paredes, extendiéndose
mientras el concreto crujía y su mamá gritaba. En un instante los libros,
historietas y juguetes que bailaban en el aire se precipitaron al suelo, junto
con las paredes y el techo. Entonces sólo hubo polvo y oscuridad.
En
el suelo, bajo los pies de su cama y cubierto por juguetes, libros, revistas y
un trozo de muro que presionaba sus piernas, Marcos escuchaba en la lejanía los
gritos de su mamá, entre el rítmico sonido de los muros crujiendo a su
alrededor, el polvo deslizándose entre las grietas y algunos pedruscos cayendo
sobre su tambor y las teclas de su piano de juguete.
Eso
y el ronroneo del gato negro.
Lo
vio andar entre los escombros, esquivando varillas quebradas y el concreto
fracturado, deslizándose mientras emitía un ronroneo suave. Entonces su cabeza
giró para ver al pequeño Marcos, sollozando bajo los escombros. Se acercó a él,
mirándole con sus enormes ojos de rendija y tan blancos como los colmillos que
asomaban por su hocico.
—¿Qué
estás haciendo? —preguntó el gato.
—No
me puedo mover —gimió Marcos.
—Eso
lo puedo ver.
—¿Me
voy a morir? —dijo el niño con su voz quebrándose por el miedo.
—Tal
vez. ¿Te quieres morir?
—¡No!
—gritó Marcos, empezando a llorar más fuerte. El gato se deslizó entre la pared
que presionaba el cuerpo del niño mientras frotaba su hocico en sus brazos y
piernas atrapadas. —Pues entonces levántate —dijo el gato.
—¡No
puedo! —dijo el niño tratando de moverse bajo la pared. —¡Pesa mucho!
—Oh
—exclamó el gato, genuinamente sorprendido. —Es cierto, es muy pesado. Entonces
creo que no hay otra opción, te vas a morir.
—¡No,
no quiero! —gritó Marcos sintiendo que ya no podía llorar más. El gato se
acercó y puso su rostro directamente frente al niño. —Pues entonces levántate.
Marcos
apretó sus labios y apoyó sus manitas sobre el suelo, haciendo esfuerzo para
levantarse. —¡Pesa mucho! —se quejó.
—Y
pesará más a partir de ahora —susurró el gato. —¡Levántate!
—¡No
puedo!
—Pero
sí quieres, ¿no?
—¡Si!
—¡Entonces
levántate!
Marcos
gritó mientras sus manos de siete años comenzaban a crecer, igual que sus
piernas. Su espalda y en general todos los músculos de su cuerpo comenzaron a
ensancharse mientras su voz pasaba de ser un chillido agudo a un rugido poderoso.
El gato retrocedió mientras la pared sobre Marcos cedía al ponerse de rodillas
y luego de pie, empujando los escombros y liberándose de ellos. Y desde una
altura que sólo conocía cuando estaba sobre los hombros de papá, Marcos vio al
gato, todavía mirándole desde el suelo, con sus brillantes ojos blancos. —Ahora
ve y levántalos tú —dijo antes de que un fragmento de escombro cayera sobre el
animal, aplastándolo entre una nube de polvo.
Marcos
despertó en la oscuridad de su habitación mientras el atardecer desaparecía
fuera de su ventana y el balcón. Las sirenas de ambulancias, policías y
bomberos seguían sonando. Se levantó de la cama y encendió la televisión donde
todavía se transmitía la cobertura del terremoto que había sacudido la ciudad
el día de hoy, hace apenas unas horas. Los reportes indicaban que el terremoto
había sido casi tan fuerte como el de hace treinta y dos años y que la ayuda
seguía siendo requerida para rescatar a gente atrapada bajo los escombros.
Treinta y dos años,
pensó Marcos quien, después de haber visto las primeras noticias de la
tragedia, se había encerrado en la habitación y acostado en su cama, esperando
que todo pasara. —Treinta y dos años —susurró en la penumbra.
Levántate.
Marcos
lanzó un puñetazo a la pared, dejando una cuarteadura en el yeso. Luego buscó
su ropa más cómoda y las botas más resistentes que tuviera. Tomó su bicicleta,
el casco y las correas elásticas que usó para ceñirse una pala a la espalda
antes de salir del departamento, sin voltear a ver por la ventana las luces
apagadas de su ciudad y al gato negro que paseaba por el barandal del balcón y
que permaneció ahí hasta que, asomándose a la calle con sus brillantes ojos
blancos, distinguió una figura montada en bicicleta y con una pala en la
espalda salir del edificio y dirigirse hacia donde las sirenas se escuchaban
con más fuerza.
—Ahora
levántalos tú —susurró el gato en la oscuridad.
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