“Ríe, payaso. Ríe,
payaso, aunque tu llanto corra.
Ríe, payaso,
aunque te duela el alma…”
- Gaspar Henaine
Tengo una particular actitud hacia los actores, cantantes
o cualquier otro representante de la farándula: No me cuesta trabajo
imaginarlos fuera del glamour de su oficio y dentro de las actividades comunes que
caracterizan al resto de las personas, como embriagarse, ir de comprar a los supermercados,
comer comida chatarra, ir al baño o dormir hasta tarde los domingos.
Con los comediantes me sucede lo contrario. Me cuesta
mucho trabajo imaginarlos fuera de las actitudes que muestran en el escenario o
de los personajes que han interpretado. Me es difícil imaginarlos como hombres
o mujeres con actividades, pensamientos o ideas ajenas a su oficio de hacer reír
a la gente. Parafraseando a Umberto Eco,
tal vez esto se deba a que el humor, la risa, la misma comedia surge del pueblo
y de su gente. No habla de hombres famosos o gente de poder, sino de seres
viles y ridículos, no necesariamente malos. Mundanos, para abreviar. ¿Y cómo
imaginar el carácter común de los representantes de un oficio que, por su
naturaleza, es lo más mundano y popular que podamos imaginar?