lunes, 12 de mayo de 2014

Los Otros 52, 39a Semana. "Paraxión (Contraindicaciones)".

Eres un oficial de policía en un tiroteo

PARAXIÓN (CONTRAINDICACIONES)

Ángel Zuare

Cuando muchos se dieron cuenta, Trujillo ya había subido a la camioneta del comandante, a falta de otro vehículo disponible, con las llaves puestas en la ignición y mejor posicionado en la calle. Encendió el motor y aceleró escandalosamente, llamando la atención de todos los policías reunidos junto a las patrullas. Su comandante gritó una maldición y una mentada de madre, pero todos los demás oficiales entendieron la situación y tomaron sus posiciones detrás de sus respectivas unidades, que bloqueaban el tráfico de la calle justo después del cruce con otra vía, sobre la cual el comandante se había estacionado y hacia donde se dirigía ahora, tan rápido como lo permitía su robusta figura.

Trujillo, en cambio, esperó a que su objetivo –un Audi, modelo del año- se acercara al cruce, antes de que las escasas luces de la calle advirtieran al conductor de la barricada y tomara otro camino para salir de ese operativo, el cual estaba saliendo particularmente mal. Soltó el embrague y la camioneta empezó a correr hacia atrás, tan rápido como le fue posible en tan poca distancia. Apretó el volante con fuerza, pero no cerró los ojos cuando la parte trasera de la camioneta chocó con el frente del Audi, donde viajaba el director general de la empresa farmacéutica Paraxión, sobre quien se había liberado una orden de aprensión hace menos de una hora, bajo cargos de evasión fiscal, sospecha de tráfico de estupefacientes y de asesinato en tercer grado.

No hubo tiempo para ajustar el cinturón de seguridad y Trujillo sintió latiguear su cuerpo con fuerza dentro del vehículo. Su pecho chocó contra el tablero, sacándole el aire y posiblemente rompiéndole algunas costillas, antes de que su visión se oscureciera.

*  *  *


Reynoso vio todo sin lograr apartar la vista ni moverse, hasta que alguien lo arrastró hacia una de las patrullas estacionadas, ordenándole que encendiera las sirenas y torretas, lo cual hizo torpemente a través de los guantes de su uniforme de operativo. Salió del auto y buscó con la mirada, en la esquina donde se habían detenido los autos luego del choque, alguna señal o movimiento del agente Trujillo. Pero alguien lo arrastró nuevamente:

-¡¡Muévete, pinche novato pendejo, ¿por qué no traes puesto tu chaleco?!! ¡¡MUÉVETE!!

Quien fuera, lo aventó atrás de una portezuela abierta de las patrullas, dejándolo a cubierto cuando ya empezaba a escucharse la voz del comandante a través del megáfono, exigiendo rendiciones. Reynoso desenfundó su arma reglamentaria y apuntó a través de la ventanilla abierta. Alguien salió casi arrastrándose del asiento del conductor del Audi, poniéndose de pie torpemente. El rostro y pecho del hombre eran más bien manchas informes y sangrantes. Pareció que tomaba aire por un momento antes de llevar sus manos al interior de su saco. Abrió la boca, tal vez para lanzar un grito de furia o gritar que se rendía, no lo supo, pero instintivamente el dedo de Reynoso apretó el gatillo, siguiéndole varios más de sus compañeros. Posiblemente Reynoso falló, pero los demás abatieron al hombre, quien se derrumbó sobre el pavimento, lanzando sus últimos jadeos. Reynoso dio un rápido vistazo a la destrozada camioneta del comandante. Distinguió la cabeza del agente Trujillo sobre un costado del tablero. No se movía.

*  *  *

Más que a Trujillo, el comandante García se insultaba más a sí mismo por el descuido de haber dejado las llaves puestas en la ignición de su camioneta. También se insultaba por no haber logrado poner más trabas en la expedición de la orden de arresto contra don Manuel, la persona que, de cierta manera, todavía seguía pagando las mensualidades de la misma camioneta. Se insultaba porque, contra todo pronóstico, esa noche le había tocado trabajar con un escuadrón confiable y competente. Y, principalmente, se insultaba por no haber conseguido librarse de Trujillo, quien se había convertido en la sombra de don Manuel, director general de Paraxión. Fue Trujillo quien, casi al momento en que se liberó la orden de aprensión, avisó a la estación donde podrían encontrarlo para detenerlo antes de que, como en otras ocasiones, alguien lograra prevenirlo para que regresara rápidamente a la seguridad de su mansión o desapareciera en las alas de su avión privado.

Y ahora, cuando pensaba que había logrado demorarlos lo suficiente al advertirles que nadie debía moverse si no llegaba una imaginaria autorización para el operativo, Trujillo se sube a su camioneta para chocarla contra el auto de uno de los hombres más poderosos del país. ¿Quién se cree que es ese imbécil? ¿Charles Bronson?

Viendo que no podía alcanzarlo y sin tiempo para colocarse el chaleco antibalas, García regresó para cubrirse tras la patrulla del sargento Infante, quien sostenía el megáfono. Se lo arrebato justo cuando su camioneta -de la cual todavía debía ocho mensualidades- y el Audi de don Manuel chocaron. Entonces García gritó en el megáfono una advertencia y solicitud de rendición, esperando que la situación no pasara a mayores y simplemente tomaran a don Manuel bajo custodia, llevándolo a la estación y ponerlo lo más cómodo posible antes de que alguno de sus allegados llamara a su abogado, para que lograra uno de sus milagros acostumbrados.

Reconoció entonces al Güero y a Camacho, dos esbirros de don Manuel, salir del portón de un edificio de departamentos, el mismo a donde Trujillo lo había seguido y en donde se convocó al operativo para detenerlo. Cuando García llegó al lugar, Trujillo ya había organizado a todos los elementos y había cerrado el tráfico de la calle. Y entonces pensó que si el cabrón de Trujillo fuera un poco más inteligente –como él lo era-, podría llegar a ser comandante.

Quedó sin aliento cuando reconoció a Fernando, quien salía del asiento del conductor del Audi. Pobre cabrón, pensó García, pues la defensa trasera de su la camioneta lo había golpeado directamente. Repitió su advertencia de rendición, rogando que el hombre no hiciera una pendejada cuando notó que llevaba sus manos adentro de su saco.

Fue entonces que uno de sus hombres disparó.

*  *  *

Su primer operativo desde que se unió a la fuerza y sólo disparó una vez. Realmente no puso atención cuando sus compañeros abatieron al conductor y empezaron la persecución de otros dos sospechosos, que estaban dándose a la fuga. Cuando el sargento Infante declaró segura la zona, Reynoso avanzó hacia la camioneta. Cuando finalmente pudo abrir la portezuela, Trujillo comenzaba a mover su cabeza y entreabrir los ojos.

-Pinche Trujillo, estás loco- dijo Reynoso. -¿Quién te crees que eres, ese wey de El Transportador?
-Bruce Willis es más fregón- susurró el agente, sonriendo dolorosamente mientras bajaba de la camioneta. -¿Dónde está el sospechoso?

 -En su auto, parece.

Trujillo se dirigió allá, ignorando la ayuda que pretendía darle el novato del batallón o sus recomendaciones acerca de ponerse a cubierto o al menos colocarse el chaleco antibalas, lo que no había podio hacer por estar organizando el operativo mientras llegaba el huevón del comandante García en esa camioneta nueva, pagada con el sueldo de un servidor público (sí, como no). Realmente le había dado gusto estrellarla así, tanto que si lo daban de baja de la fuerza por ello, recordaría ese momento con mucho placer.

El comandante García los alcanzó cuando ambos se dirigieron a la portezuela del pasajero del Audi, sin dejar de gritarle maldiciones y recriminaciones a Trujillo y advirtiéndole a Reynoso que lo suspendería indefinidamente por haber disparado sin haber recibido la orden. Ignorando la rabia de su comandante, Trujillo desenfundó su automática mientras le indicaba a Reynoso con un gesto que abriera la portezuela. García se colocó entre ambos y también sacó su escuadra, y cuando Reynoso abrió la puesta los tres se asomaron al interior, apuntando pistolas al frente.

*  *  *

Al escuchar los gritos de su chofer y guardaespaldas por encima de los disparos, Manuel buscó su propia arma en la funda que llevaba bajo el saco, sujetándola con su mano temblorosa. Trató de ignorar el dolor los fragmentos de la botella y el vaso, que se habían incrustado en su estómago y en su rostro al momento del choque. Sus ojos comenzaban a cerrarse cuando escuchó la portezuela del auto abriéndose junto a él violentamente. Tres sombras se asomaron al interior y la impresión hizo que Manuel oprimiera el gatillo. Una de estas sombras se dobló, antes de gemir dolorosamente y caer hacia atrás, y antes de que las otras dos levantaran sus armas y dispararan.

*  *  *


Cuando llegó la ambulancia, tres oficiales permanecían juntos, a mitad de la calle. Uno desangrándose lentamente sobre el pavimento mientras otro trataba de contener la herida y sostenía sus manos, dándole palabras de ánimo y tratando de contener su propio llanto. El tercero estaba de pie junto a ellos, observándolos estoicamente. Sin decir palabra.

*  *  *

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