lunes, 30 de septiembre de 2013

Los Otros 52. Séptima Semana

(Para los que apenas llegan a conocer este proyecto, se los explico: cada semana esta aplicación me arroja un tema al azar para escribir. Cada semana, entre domingo y lunes, publico el relato, cuento o reflexión que haya surgido de dicho tema, con la intención de juntar 52 relatos, o sea, un año de publicaciones)

Persona, lugar o cosa: Oxigeno

7ª semana (del 22 al 29 de septiembre de 2013)

PLACEBO
Ángel Zuare

Cuando dejamos de vernos teníamos poco más de 25 años y un amigo recién fallecido por cáncer pulmonar. No, realmente no voy a llorar por un pendejo que nos mandaba al diablo si no pensábamos como él y nos chantajeaba gimoteando para que hiciéramos su voluntad. Pero sí me puso las cosas en perspectiva. Por eso decidí que no habría más chupe hasta vomitar cada fin de semana; no más cigarros (la verdad ni les veo el caso, nunca les agarré el gusto) ni parrandas; y principalmente no más viejas apretadas con las que pasaba más tiempo convenciéndolas o embriagándolas para llevarlas a la cama que realmente cogiéndolas.


No, todo eso cambió por levantarse temprano por las mañanas para correr en el parque, inscribirse a un gimnasio para levantar pesas en las tardes y darle a la bici estacionaria o al Abstoner por las noches. Cambié la comida chatarra del refrigerador (sobras de pizza, pasta, garnachas, refresco y pastelillos) por lechuga, toronjas, jitomates, atún en agua, queso fresco, pasta integral y agua embotellada.

Cambié las parrandas de fin de semana por salidas en bicicleta o citas en laboratorios para monitorear el colesterol, el ácido úrico y la glucosa. Dejé las noches de videojuegos o de navegar sin sentido en Internet para dormir mis ocho horas y poder levantarme con ganas y sin ojeras. Y por eso mismo, por no estar dentro de Facebook no me enteré de la diabetes de Sergio y los problemas de hígado de Luis. No hasta que Saúl me lo contó cuando me llamó por teléfono para invitarme a la inauguración de su nuevo antro.

Nos vimos fuera de la vieja cantina donde acostumbrábamos reunirnos en el centro de la ciudad. Saúl, contrario al letárgico junkie con aroma a canabis que recordaba, llegó muy animado y usando una fragancia de marca. Por lo que supe luego la muerte de su padre le había caído muy bien. Así que nos pusimos al día mientras caminábamos hacia su nuevo negocio...

-¿Un bar de oxígeno? ¿En eso existe esa mamada?

-¡¡Por supuesto, wey!! Estuve en Canadá una temporada, estudiando música, y ahí los conocí. Respiras una dosis del tanque a través de la cánula y la sensación es increíble: Aumenta tu concentración y tu energía, te baja el estrés y te mantiene alerta. ¿Traías contigo resaca, dolor de cabeza o sinusitis? ¡A la chingada con ellos! Además te relaja tooodo el cuerpo. Incluso se cree que dosis frecuentes remueven las toxinas y curan el cáncer. ¿Te imaginas? Y si a eso le añades esencias de menta o lavanda, pues la experiencia es mucho más fregona.

-Suena a ciencia ficción.

-Más bien a un episodio de Los Simpson, ¿no? ¡Ja, ja, ja! Pero, ¿sabes algo? Esto no es nuevo. Cuando se descubrió el oxigeno como elemento se pensaba que podría embotellarse y venderse como vino francés. Incluso Julio Verne especuló que los beneficios del oxígeno aplicado de esta manera podrían energizar apasionadamente los teatros o zonas de trabajo. De una nación exhausta se puede crear una fuerte, creo que fue lo que escribió.

Reí con ganas hasta que llegamos a su bar: mOOn, le había bautizado. Seguí riendo hasta que, literalmente, Saúl me conectó la cánula nasal y me permitió probar una dosis. Lo que le siguió entonces fue una lúcida charla sobre el pasado y el futuro, sobre nuestros portafolios de inversiones, el nivel de grasa corporal en nuestros cuerpos, las rutinas del gimnasio y nuestras tiendas de ropa favorita. Todo complementado mediante dosis de oxigeno con fragancias de menta, frambuesa, especias y mi favorito; pino canadiense.

He regresado al mOON en varias ocasiones, incluso si Saúl no está. Voy por una dosis de oxigeno al noventa y siete por ciento cada tercer día. No soy adicto, pero me siento con más energía para el ejercicio y con mayor lucidez para el trabajo. Cuando se lo comenté a Sergio este no perdió tiempo para alegar que tanto oxigeno podría ser perjudicial para nuestro organismo, acostumbrado a dosis regulares de veintisiete por ciento, y que los efectos que sentía podrían ser solamente un efecto placebo. Pero claro, ¿qué confianza se le puede tener a un triste diabético que apenas puede caminar tres cuadras antes de empezar a sudar?

Al final de cuenta todo es un placebo. Hasta Julio Verne.

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